En la noche del 31 de octubre mientras unos desorientados niños pedían dulces y vestían de brujas y dragones, efectuábamos lecturas de poesía en un local de Copiapó, impertérritos observaban algunas personas que consumían o café o una copa de vino, y se sumaban a ese silencio general que ocurre cuando inesperadamente se leen poemas sin previo aviso. El local no estaba muy lleno, aquel día estaría la Teletón con ‘grandes invitados’, y con grandes explosiones de caridad por parte de la sociedad y las empresas. Mientras tanto nosotros intentábamos esbozar líneas generales de una propuesta cultural que interviniera en la comunidad o que al menos provocara cierto impacto cultural. Entre la lectura apareció la música: un poeta con guitarra y una poeta con su voz, acompañaron las ideas que se iban gestando, como la de incluir otras artes a esta nueva etapa de sociabilización literaria pues muchos de los allí presentes, como creadores multidisciplinarios creíamos que era necesario integrar las diferentes manifestaciones artísticas, resumiendo la realidad, ya sea interna o externa, desde una mirada pluralista.
La noche de aquel martes se fue agotando y luego de fijar la próxima reunión cada quien emprendió regreso a esa carnavalesca noche, en donde más de alguno se cruzó con algún infante pidiendo dulces, esperanzado entre esa ajena tradición. Las calles copiapinas estaban inundadas de ensoñaciones.
La noche de aquel martes se fue agotando y luego de fijar la próxima reunión cada quien emprendió regreso a esa carnavalesca noche, en donde más de alguno se cruzó con algún infante pidiendo dulces, esperanzado entre esa ajena tradición. Las calles copiapinas estaban inundadas de ensoñaciones.